El atajo que frena a las empresas familiares

 


Articulo basado en el más reciente seminario de El legendario Jack Welch, considerado uno de los CEOs más influyentes de la historia moderna, lo expresó con contundencia en sus seminarios de liderazgo:

En México, más del 70% de las empresas son familiares. Estas organizaciones son el motor económico de nuestras ciudades y comunidades, pero muchas arrastran un mismo problema: la informalidad en sus procesos administrativos. Un ejemplo particularmente dañino es la forma en que se manejan los reportes e informes internos.

En lugar de seguir un protocolo claro y respetar el organigrama, muchos colaboradores creen que lo mejor es entregar resultados directamente al dueño. Lo hacen con la idea de “quedar mejor”, de ser escuchados más rápido o de mostrar lealtad personal. Lo que no advierten es que esa práctica, aunque parezca inocente, en realidad sabotea el crecimiento de la propia empresa.

Cuando el “camino corto” sale caro

Imagine esta escena, común en pequeñas empresas: un vendedor decide reportar sus avances directamente al dueño, saltándose a su jefe inmediato. El dueño lo recibe, lo escucha y hasta le agradece la iniciativa. El jefe, en cambio, se entera después de lo ocurrido, siente que su autoridad se debilita y que su papel es irrelevante.

El resultado: un equipo confundido, dos versiones de la misma información circulando y decisiones que se toman sin análisis previo. Lo que parecía un gesto de eficiencia termina creando duplicidad, tensiones internas y, al final, errores que cuestan dinero.

Otro caso típico: un técnico informa directamente al propietario sobre una falla en el servicio, creyendo que así la solución será más rápida. Sin embargo, al no pasar por el área operativa, no queda registro formal ni seguimiento. El problema se atiende de manera improvisada y, semanas después, la empresa vuelve a enfrentarse al mismo inconveniente.

El verdadero daño

La práctica de “brincarse” a los mandos intermedios no solo desordena la comunicación, sino que genera un efecto cultural negativo:

  • Se erosiona el liderazgo de los gerentes o coordinadores, que pierden autoridad frente a sus equipos.
  • Se debilitan los procesos: la información llega incompleta, sin filtros, y se toman decisiones con base en percepciones.
  • Se alimenta el favoritismo: los empleados compiten por ser escuchados “en la cima” en lugar de trabajar en equipo.
  • Se frena la profesionalización: la empresa sigue funcionando como un negocio familiar, sin disciplina administrativa ni visión a largo plazo.

La lección pendiente

Respetar el organigrama no es burocracia, es estrategia. Los protocolos administrativos existen para que la información fluya de manera ordenada y eficiente. Los mandos medios cumplen un papel fundamental: analizar, filtrar y presentar datos que permitan a la dirección tomar mejores decisiones.

Los dueños, por su parte, deben ser los primeros en reforzar esta disciplina. Escuchar a sus colaboradores es valioso, pero hacerlo fuera de los canales establecidos es como abrir la puerta a la improvisación y cerrar la puerta a la profesionalización.

El cambio necesario

Si las empresas familiares desean crecer y competir en un mercado cada vez más exigente, deben entender que el respeto a los procesos no es una carga, sino una inversión.

Un organigrama claro, protocolos de comunicación y cultura de respeto a los roles no son “formalidades corporativas”; son las bases para dejar de ser un negocio que sobrevive y convertirse en una empresa que trasciende.

“El verdadero enemigo de una empresa no es la competencia externa, sino la costumbre interna de confundir lealtad con desorden.”

Una advertencia que cobra plena vigencia en las pequeñas y medianas empresas familiares de nuestro país, donde el crecimiento no se frena por lo que pasa afuera, sino por las dinámicas que se toleran adentro.