Por: Lic. Pablo Corona
En el mundo profesional actual, estamos viviendo una paradoja preocupante. Por un lado, el acceso al conocimiento nunca ha sido tan amplio ni tan democrático. Cursos gratuitos, seminarios online, máster class abiertas: la información parece estar al alcance de todos.
Pero, por otro lado, la facilidad de acceso a estos recursos ha traído consigo una desvalorización de lo que significa el verdadero aprendizaje y, sobre todo, de lo que implica el trabajo de quienes dedican su vida a compartirlo.
Como asesor y capacitador, he dedicado años a perfeccionar mi conocimiento en áreas como Ventas, Atención al Cliente, Marketing Digital e Inteligencia Artificial.
Mi objetivo siempre ha sido claro: no solo transmitir información, sino ayudar a las personas y empresas a transformar esa información en acción, crecimiento y resultados.
Sin embargo, en este camino, me he encontrado con una realidad inquietante: cada vez más personas asisten a eventos y capacitaciones gratuitas, pero pocas valoran el esfuerzo y la experiencia detrás de cada sesión.
El precio de la experiencia
"No cobro por lo que hago, cobro por lo que sé" no
es solo una frase; es una verdad que refleja el esfuerzo invisible detrás de
cada capacitación. Horas de estudio, años de práctica y constantes
actualizaciones en un mundo en continuo cambio son lo que permite a un asesor
como yo entregar valor real a mis clientes y alumnos.
Sin embargo, algo que he notado es que, mientras muchos aplauden o agradecen una clase gratuita, pocos entienden que para los capacitadores, compartir conocimientos no es solo una vocación, sino también una profesión. Y una profesión debe ser remunerada, no solo para sobrevivir, sino para continuar ofreciendo contenido de calidad.
El peligro de la mentalidad del "gratis"
Asistir únicamente a cursos gratuitos puede parecer una ventaja en el corto plazo, pero tiene un costo oculto: la falta de compromiso y profundidad en el aprendizaje.
Cuando algo no implica una inversión personal,
económica o de tiempo, el valor percibido disminuye. Es por eso que muchos
asisten, toman notas y luego olvidan lo aprendido, sin implementar nada de lo
que se enseñó.
Por otro lado, aquellos que eligen invertir en su educación, que pagan por un curso o una asesoría personalizada, no solo obtienen acceso a conocimientos especializados, sino también a una experiencia transformadora.
Esa inversión genera compromiso, motiva a implementar y, sobre todo, a valorar al profesional que está al frente del proceso.
Una invitación a la reflexión
Es importante que como sociedad cambiemos nuestra mentalidad
respecto al aprendizaje y a quienes lo facilitan. Aquí algunos puntos para
reflexionar:
El conocimiento tiene valor: Cuando asistimos a un curso, no estamos pagando solo por unas horas de clase; estamos invirtiendo en el tiempo, la experiencia y la dedicación de quien lo imparte.
La educación es una inversión, no un gasto: Cada peso que
destinamos a nuestra formación regresa multiplicado en forma de oportunidades,
crecimiento profesional y personal.
Recomienda y apoya a los profesionales: Si asistes a un
curso gratuito y encuentras valor en él, haz algo tan simple como recomendar al
profesional que lo impartió. Esa acción puede ser el primer paso para que otros
reconozcan su trabajo y contribuyan a su sostenibilidad.
El equilibrio necesario
Los capacitadores, asesores y profesionales que dedicamos nuestra vida a compartir conocimientos entendemos la importancia de ofrecer valor a la comunidad, incluso de manera gratuita en ciertas ocasiones. Pero esta no debe ser la regla, sino la excepción.
Necesitamos un equilibrio donde
se reconozca que el conocimiento tiene un precio, no por egoísmo, sino porque
solo así podemos seguir creciendo y compartiendo.
Mi llamado a los lectores es claro: la próxima vez que asistan a un seminario o curso, piensen en el esfuerzo que hay detrás. Reflexionen sobre cómo pueden apoyar a ese profesional que, más allá de impartir una clase, está invirtiendo en el futuro de sus alumnos. Porque al final del día, no pagamos por un curso, sino por el impacto que ese conocimiento puede tener en nuestras vidas.
Y antes de despedirme, los invito a hacerse una pregunta: si mañana un cliente llega a su negocio y les pide sus servicios de manera gratuita, ¿Qué responderían? Quizás sea momento de valorar el conocimiento ajeno como valoramos el propio. Al final, invertir en aprender y en quienes lo hacen posible es una inversión en nuestro futuro.
El aprendizaje de calidad tiene un costo, pero su valor es incalculable. Es hora de empezar a reconocerlo.
Espero este articulo haya sido de tu interés, y si te gusto compártelo.
Gracias