En muchas empresas mexicanas, la frase “siento que estoy empujando la piedra con una carriola” no es solo una metáfora humorística, sino una expresión cargada de frustración.
Detrás de ella está la realidad que viven
cada día cientos de líderes empresariales: haber cumplido con todo lo que
marca la ley e incluso más… pero seguir arrastrando equipos que no avanzan.
Y no porque falten políticas claras, buenos sueldos o condiciones dignas de trabajo.
El problema, en muchos casos, es más profundo y
difícil de resolver: la falta de compromiso, lealtad e identidad por parte
del propio personal.
Empresas que sí cumplen… pero no basta
Contrario a los discursos que culpan a las empresas de todos
los males laborales, lo cierto es que cada vez hay más organizaciones
responsables, que pagan sueldos competitivos, cubren tiempo extra, brindan
prestaciones completas, y además promueven la convivencia y el sentido de
pertenencia a través de reuniones, celebraciones, incentivos y dinámicas de
integración.
Estas empresas han entendido que el trabajador necesita más que un cheque al final de la quincena. Han invertido en crear ambientes sanos, estructuras claras y esquemas de crecimiento.
Pero se topan con un problema
que no se puede resolver solo desde la dirección: la apatía del colaborador.
El problema que nadie quiere señalar
En un país donde hablar de derechos laborales es importante,
también es necesario hablar de deberes laborales. Y uno de ellos es la
actitud y la disposición de colaborar auténticamente.
Muchos empleados llegan tarde, faltan con frecuencia, hacen
lo mínimo indispensable, evaden responsabilidades y critican constantemente a
la empresa… sin detenerse a pensar que están tirando por la borda un entorno
que muchos desearían tener.
Se ha vuelto común ver personal que, aun en empresas donde
son tratados con respeto y reciben incentivos, se comportan con indiferencia o
deslealtad. No cuidan los recursos, no siguen procedimientos, sabotean
proyectos o simplemente actúan con una mentalidad de “no es mi problema”.
Falta de identidad: trabajar sin pertenecer
Uno de los signos más claros de esta problemática es la pérdida
de identidad organizacional. Muchos trabajadores no sienten que formen
parte de algo más grande. No defienden la empresa, no la representan, no se
sienten responsables del impacto de su trabajo en el resultado global.
Esto impide que las políticas se implementen de forma
efectiva, que los controles funcionen, y que los procesos de mejora continua
avancen. No importa cuántas capacitaciones se ofrezcan, cuántas juntas se
hagan o qué tan buena sea la intención de la empresa: si el equipo no responde,
el esfuerzo se diluye.
Las consecuencias: el estancamiento silencioso
Esta falta de compromiso genera un círculo vicioso. Las
iniciativas se detienen, los líderes se desgastan, los buenos colaboradores se
frustran y, eventualmente, se va consolidando una cultura de mediocridad donde
lo normal es hacer poco, quejarse mucho y responsabilizar a otros.
Y lo más grave: esto ocurre dentro de organizaciones que sí
están haciendo su parte. Que han entendido la importancia de invertir en su
gente, de construir entornos sanos, y que aun así, no encuentran la
reciprocidad esperada.
¿Qué se puede hacer?
Este fenómeno exige una reflexión urgente, no solo por parte
de las empresas, sino del trabajador como individuo. Es necesario
devolverle al concepto de trabajo su valor ético y profesional. Recuperar la
cultura del compromiso, la responsabilidad, la gratitud y el sentido de
pertenencia.
Las empresas pueden y deben seguir mejorando, sí. Pero
también deben establecer límites, sistemas de evaluación más estrictos, y
estrategias para detectar, reconocer y retener al personal comprometido,
mientras se corrige. O simplemente se prescinde del que no lo está.
Porque seguir “empujando la piedra con una carriola” solo
conduce al agotamiento. Y una empresa cansada, por más visión que tenga, no
puede avanzar con un equipo que no quiere moverse.
El llamado a la conciencia
Es momento de abrir el diálogo honesto: ¿Qué está
aportando cada uno al lugar donde trabaja? ¿Está cumpliendo sólo por
obligación o lo está haciendo con responsabilidad y dignidad? ¿Se comporta como
alguien que cuida y respeta lo que otros construyeron, o como alguien que solo
está de paso?
El compromiso no es un favor que se le hace a la empresa. Es
una forma de responder a quienes sí han cumplido. Y cuando el colaborador no
entiende esto, el mayor daño no es a la empresa… sino a sí mismo y a su
futuro profesional.
Reflexión final: el compromiso es de dos lados
Lo que este texto pone sobre la mesa no es una queja ni
una recriminación, sino una llamada urgente a la conciencia. Porque el
verdadero cambio cultural no puede venir solo desde arriba, ni puede imponerse
desde afuera. Se construye desde dentro, desde el entendimiento mutuo de que
una empresa no avanza por decreto, sino por la voluntad colectiva de hacer que
las cosas funcionen.
Es momento de dejar atrás la mentalidad del mínimo
esfuerzo, del "yo solo vengo por mi sueldo", del "no es mi
problema". Porque cuando una organización cumple, el compromiso ya no es
opcional, es lo justo. Y cuando un colaborador responde con integridad, es la
empresa la que se fortalece.
La piedra seguirá ahí. Pero si todos empujamos en la
misma dirección, no solo avanzará… también pesará menos.
Que esta reflexión sirva para mirar de frente lo que sí está funcionando, pero también lo que se ha dejado de cuestionar. Porque una cultura de compromiso solo florece donde hay voluntad compartida, responsabilidad mutua y respeto por lo que otros han construido.
Espero que este articulo haya sido de tu interés, pero mas importante aun es que te haya servido como reflexión, si fue así compártelo, y si no te ayudo o crees que no es tu caso obséquiaselo a ese compañero de trabajo que solo sientes que obstruye tu crecimiento.